divendres, 8 de juliol del 2011

...13 palabras ...

“La certeza de que la última luz sería algo distinta aunque no extraña y fragmentaria submarinos rumores en retazos arrugados en una noche alambrada se esparciría en su cuello
Sólo recuerdo retazos de lo que ocurrió aquella noche. Caminaba por una carretera asfaltada, recorriendo la última etapa de una excursión de una dificultad media – alta. Era un alivio recorrer el asfalto después de subir y bajar tantos desniveles. Descansé un poco para recuperar el aliento tendiéndome de espaldas, a la luz de la luna.
Era una noche calurosa, serena y sofocante. Se respiraba un aire fragmentado y espeso. Algunos se sacaron el jersey. Levanté los brazos a la vez que estiraba las mangas para quedar en camiseta. Mientras, Pedro, que todavía no se había sentado, se sacó la suya, quedando al descubierto su ancho pecho. La visión de la última vez que pasamos juntos despertó ipso facto un deseo incontenible. Lancé una mirada codiciosa con la certeza que sucumbiría al impacto de ese lanzallamas. Se acercó sigilosamente, frunciendo de tal modo el ceño que las arrugas de la frente me advertían de sus intenciones.
Se acercó a mí, puso un pie a cada lado de mis caderas, se arrodilló mientras colocaba sus manos cerca de mis mejillas y haciendo fuerza con sus brazos agachó su rostro hasta colocar su boca el mi cuello entreteniéndose lo justo hasta llegar a mi boca y penetrarme. Todo estaba en silencio. Como si un oscuro manto de mago hubiera paralizado el mundo. Tan sólo se oían los grillos, las ranas, los búhos y quizás, algunas moscas atontadas por el calor.
Al rato se empezaron a oír las voces de los compañeros que se animaban entre sí para levantarse y terminar la ruta. El tiempo se desvanece entre los amantes, pensé mirando el reloj. Seguro que no debe ser tan distinto el cielo.
El rumor no tardó en esparcirse. Clara y Pedro han llegado a la cima. Y así, en medio de rumores, seguimos andando y andando. Una se siente extraña entre conocidos. Sobre todo cuando las experiencias no son compartidas. Te sientes observada y, en ocasiones, habitante de un mundo submarino protegido por una alambrada.
Llegamos al destino. La noche, presidida por la luna, llegaba a su fin.
Fue entonces cuando tuve “La certeza de que la última luz sería algo distinta aunque no extraña y fragmentaria submarinos rumores en retazos arrugados en una noche alambrada se esparciría en su cuello”

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