Un explorador
está hecho de esperanza. Así es como pensaba desde muy antiguo. Prefería los
espacios con ventanas, no una muy grande, sino muchas de pequeñas como para ir
transitando de paisaje en paisaje conforme cambiaba de cristal. Así, de algún
modo, si aparecía la monotonía echaría el ojo al otro lado de la vida y, aunque
fuera por segundos, imaginaria explorar otros mundos. La realidad es que pocas
veces se asomaba en alguna de ellas.
La distracción
estaba asegurada con todos aquellos diablillos sentados, no siempre, claro, sentados
en pupitres de a dos. Procuraba ir cambiando la distribución de mesas y sillas.
Pensar por un momento que cada cosa tiene un lugar para siempre, no entraba en
su cabeza. Otra cosa eran los estantes y armarios que ocupaban las paredes sin
ventanas. Esto no se movería en todo el año, quizás en media vida. El orden en
esos cajones y estantes era excelente, como excelente el orden de la mesa de
madera ya demasiado usada donde extendía los trabajos y tareas según el horario
del día. Aunque de las cosas más importantes y asaz conveniente era practicar
un ejercicio de levitación e imaginarse como discurrirían los gremlins por los
espacios que quedaban entre tantos trastos. Así pues, cerrando los ojos
meditando, con respiraciones lentas y profundas, se ha hacía un mapa de
maniobras para asegurar la circulación sin demasiados accidentes. Especialmente
tenia en cuenta donde disponía la papelera. ¡No hay suficientes árboles para
tanto derroche!
Si cada uno de
los gremlins llevara incorporado un chip y uno pudiera grabar sus recorridos a
lo largo de una hora, pongamos un día o una semana, parecería el radar de
aviones del mundo y hasta incluso podríamos discernir que la capital es la
distinguida papelera, bueno, ahora ya en estos tiempos, la papelera de
reciclaje. Era tanto en movimiento que discurría en tan poco espacio y tanto
sutil ruido disimulado, que en cuanto se paraba el runruneo algunos abrían los
ojos y giraban a izquierda y derecha el cuello intentando descubrir si algo
importante ocurría.
El encerado
ocupaba la cuarta pared. Convivía con la imponente y moderna pizarra digital.
Uno y otra manifestando lo viejo y lo nuevo. Lo analógico y lo digital. Mil
hojas a cuatrocientas palabras serian necesarias para explicar en profundidad
las ventajas y desventajas de uno y otra. Que alguien se manifestara a favor de
una y no de otro detonaba el grado de envejecimiento o experiencia en el aula.
Al fondo, entre
anaqueles, la puerta que aísla de otros mundos con puerta.
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